martes, 19 de enero de 2010

LAS MANOS DE LA ESTRELLA

Desprenden dolor. Un dolor que no siempre irradiaron. Dedos que en otra época albergaron felicidad, dedos que hoy el tiempo marcan su paso como si relojes fueran. Están gastados, apenas pueden sostener los vestigios de su aflicción, lo poco que les queda de Él.

Sus ojos las miran, buscan motivos para levantar la vista como Él hiciera, para clamar al cielo una oportunidad a su Padre, para apartar ese cáliz que se acabó derramando y empapó aquel madero. Hombre también era.

Sus ojos las miran, sus penas brotan y se deslizan por sus mejillas, pero eso ya no importa. No se moverán, pero permanecerá en ellas su atención. Buscan en un pañuelo atisbos de esperanza que no logran encontrar.

Sus ojos las miran. Son las mismas que ayer abrigaban a aquel niño cada noche, las mismas que lo aupaban cuando lloraba, las mismas que acariciaban su pelo, que les despedían cada mañana, en cada viaje, en cada partida, que harían lo que fuera por Él; sus gestos eran Su sonrisa, su delicadeza Su cobijo.
Ahora sólo tocan los restos del amargo trance que culminó en una cruz.Fueron jóvenes, finas, inmaduras. Quisieran volver a serlo. Pero ha llovido demasiado. Arrugas y grietas delatan la madurez que les ha conferido la vida, su forma ajada no puede esconder ya su triste deseo de arrancar un corazón que dejó de latir desde que le arrebataron el que Ella por el suyo daría.


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